Los comienzos del surf en Europa no fueron como creías. Parte II
- Le Equipe Le Môko
- Mar 6, 2021
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Los comienzos del surf en Europa. Una historia llena de personajes, lugares e hitos que rebelan la riqueza de la historia del surf en Europa.
EL PLANKING
Leído AQUÍ a partir de un artículo escrito por Joserra de la Mar, que recoge el testimonio de Ramón de la Mar y José Luis Elejoste.

"Fue el año 34 (1934) cuando se unieron a nuestro grupo unos cuantos algorteños (Pereiro, Txano, Ugalde y alguno más). Estos trajeron unas tablas de contrachapado, curvadas por la parte de adelante, con las que ellos cogían olas en las playas de Ereaga y Arrigúnaga. Pronto aprendimos su manejo e iniciamos algo que con el tiempo se puede ver como un balbuceo del apasionante deporte del surf, que tardaría muchos años en aparecer en nuestras costas, (...). ¿Quién nos iba a decir que, tras las rudimentarias tablas de poco más de un metro de largo y menos de cuarenta centímetros de ancho, vendrían con el paso del tiempo las actuales y elegantes tablas de surf?
(...) Las tablas se vendían en una ferretería de las Siete Calles de Bilbao cuyo nombre he olvidado, (...). La tabla que tenía mi cuñado se la habían hecho antes de la guerra, en el año 1928; (...). Aquí fueron varios los que lo practicaron. Mi cuñado (Pereiro), unos Arísteguis, los Estrades, y otros que eran muy deportistas también, siete u ocho, (...). Con la guerra la cosa se quedó, hasta que la lancé yo por el año cuarenta, o así. Entonces por aquí no había más tabla que la de mi cuñado, porque las otras o se habían roto o las habían perdido. Verme a mí cogiendo olas en Sopelana causó furor. Andaba normalmente en Larrabasterra, Peñatxuri y Ereaga. Solo yo practicaba, tenía todas las olas que quería. El problema es que como no había más tabla que la mía, al llegar a la playa tenía cola. No se vendían ni hacían en ningún sitio. En el año 52 me la rompieron y tuve que fabricar tres tablas de 1,30 por 33 cm. Conseguí un tablero de una madera especial (...), puse agua a hervir, metí la parte delantera de las tablas a remojo y cuando estaban blandas las curvé por la punta dejándolas secar bien, las recorte, pinté y listas. Así tenía dos para dejar y una para mí, podía andar con otros, más divertido y seguro. A una de ellas, que aún conservo, le puse quilla y fue todo un éxito”.
JIMMY DIX Y PIP STAFFIERI

A mediados de la década de 1930, un hombre llamado Jimmy Dix escribió al Outrigger Canoe Club de Waikiki solicitándole información sobre el surf. Jimmy era un adinerado dentista que trabajaba en un consultorio en Nuneaton, en el condado inglés de Warwickshire. Era también propietario de un deportivo Alvis, y cada verano pasaba quince días de vacaciones en Cornualles con su esposa. La pareja visitaba a menudo Newquay, y era aficionada a coger olas con sus bellyboards. Pero Jimmy no paraba de darle vueltas a una fotografía que había visto en la Enciclopedia Británica editada en 1929, en la que varios hawaianos se desplazaban de pie en sus tablas sobre una ola. Su sueño era viajar a Hawaii y coger una de aquellas olas del Pacífico.
La leyenda cuenta que en un gran gesto de generosidad, y en respuesta a su carta, en 1937 el Outrigger Canoe Club le envió una tabla de surf hecha por Tom Blake, de 16 pies de largo y 30 kilos de peso. A la tabla le acompañaba una tarjeta con el mensaje "para la gente de Gran Bretaña". La tabla estaba decorada con un mapa pintado a mano de las islas hawaianas. Como Dix y su esposa eran dos, a partir del diseño de aquella tabla, construyeron con la ayuda de un carpintero local otra más pequeña para su mujer.
En 1938 Papino "Pip" Staffieri tenía 19 años cuando se encontró sobre la arena de la playa de Towan, en Newquay, con las dos tablas de surf de los Dix. De origen italiano, la familia Staffieri regentaba una heladería al borde de la playa, por lo que la infancia de Pip transcurrió en contacto con el mar, llegando a ser un experto nadador, sobre todo en largas distancias. Su interés por el surf surgió viendo los documentales que se proyectaban en el teatro Pavilion. Uno de ellos mostraba las competiciones sobre tablas de remada que eran muy populares en Australia. A Pip y a sus amigos les entusiasmó la velocidad que se podía alcanzar con esas "embarcaciones", simplemente remando, por lo que pronto se animaron a construir sus propias tablas. Pero también había visto otras imágenes con gente surfeando en las olas de Waikiki, por lo que pronto asoció a aquellas dos tablas que se había encontrado sobre la arena de su playa, una de ellas con un mapa de las islas Hawaii dibujado sobre su cubierta, con las del documental.
Tras un rato de espera, en los que Pip analizó aquellos artefactos con detalle, los dueños no aparecieron. Aprovechó el encuentro para grabar el diseño de aquellas tablas en su cabeza. Gracias a sus conocimientos de carpintería, inició la construcción de una tabla de surf que le llevó dos años. La suya acabó siendo un poco más corta que la de Blake, un 13'6'', con un peso bastante mayor, cercano a los 50 kilos (las tablas de roble que conformaban su tabla fueron unidas con tornillos de latón). La tabla estaba equipada con un tapón para drenar el agua que se pudiese acumular en su interior. En 1941 a su diseño le incorporó una quilla. Como era muy pesada para transportarla, ideó un carrito para llevarla a la playa. Con ella surfearía todas las tardes después de salir del trabajo en las playas de Towan y Great Western.
Dix y Staffieri nunca surfearon juntos. Los escasos quince días de vacaciones que cada año los Dix pasaban en Newquay, coincidían con semanas de mucho trabajo para Pip en el negocio familiar, por lo que cuando éste llegaba a la playa para coger olas, Dix y su mujer ya se había retirado a su hotel. No se encontrarían hasta 1942, cuando Dix supo que había otra persona con una tabla de surf en aquella playa.
En el año 2004, cuando Pip Staffieri cumplió 85 años, su historia salió a la luz entre otros gracias al periodista y escritor Paul Holmes: "Cuando era un niño, solíamos comprar helados en la camioneta de Staffieri. Los suyos eran los mejores helados que he probado en mi vida. Lo que más me extraña, es que sabiendo él que mis amigos y yo hacíamos surf, nunca nos hablase de ello". "No quería que nadie pensase que fui un gran surfista", - se justificaba Staffieri -. "Porque para nada hacia las cosas que hacen hoy los jóvenes, que son verdaderos acróbatas. Algunas olas las cogía acostado. Otras de rodillas durante parte del camino; y entre todas, en algunas iba de pie". Una fotografía suya de 1941, es la primera que se conserva de un europeo sobre una tabla de surf en Europa.
ILUSTRES SURFISTAS
Para contar la historia del surf en Europa, además de las referencias ya comentadas, necesariamente se ha de echar la vista hacia Hawaii y el siglo XVIII, con la llegada de Cook a las islas. De entre las siete referencias relativas al surf encontradas en los diarios de los tripulantes del Resolution y el Discovery, los dos buques del tercer viaje de Cook por el Pacífico, se encuentra una anotación de febrero de 1779, realizada por el guardia marina del Discovery George Gilbert, que puede ser la primera referencia a un europeo haciendo surf: “algunos de los indios que no tienen canoa emplean un método de nadar sobre un pedazo de madera de aproximadamente seis pies de largo y dieciséis pulgadas de ancho (…). Sobre estas piezas de madera, y a pesar de estar bien equilibradas, el más experto de nosotros en natación no pudo mantenerse sobre ella medio minuto sin caer”.
Es fácil pensar entonces que otros europeos, sobre todo a partir de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando el surf después de sus "años oscuros" pasa a tener aceptación por parte de la nueva sociedad occidental implantada en las Islas, lo probasen y tal vez lo llevasen a Europa. Además del caso de Ignacio de Arana, han trascendido otros, que por la notoriedad de sus protagonistas, tuvieron especial relevancia.
En abril de 1920, el príncipe de Gales Eduardo, que después se convertiría en el Rey Eduardo VIII, llegó a Hawaii a bordo del HMS Renown. En la Isla fue recibido por Duke Kahanamoku, que le dio una clase de surf en la playa de Waikiki. Cuatro meses más tarde regresó a las Islas, estaba vez con la única intención de coger olas durante tres días. Pero en esta ocasión no estaba Duke para recibirlo, así que fue su hermano, David Kahanamoku, quien se encargó de las clases durante los tres días, a razón de dos horas por la mañana y tres por la tarde. Lo ocurrido quedó inmortalizado en las fotografías tomadas por su primo Louis Earl Mountbatt, que junto el príncipe también participó de las clases.
"El príncipe aprendió rápidamente a subirse a la tabla, aunque se cayó algunas veces", - contó David Kahanamoku en una entrevista realizada en 1950 -. "Louis Mountbatten nunca dominó el arte, pero estaba contento con coger las olas tumbado". A pesar de lo mucho que parece que les gusto el surf, no hay constancia de que el príncipe Eduardo o Louis Mountbatten emprendiesen alguna acción para fomentar el surf a su vuelta a Gran Bretaña.
Otro personaje ilustre fue la escritora Agatha Christie, posiblemente la primera europea en probar el surf en 1922 en la playa de Muizenbeerg. Después de la Primera Guerra Mundial, al marido de Agatha, el arqueólogo Archibald Christie, fue contratado por el Gobierno Británico para realizar una gira mundial que promocionase la Exposición sobre el Imperio Británico que se celebraría en Londres en 1924. La pareja abandonó Inglaterra en enero de 1922. Llegaron a Ciudad del Cabo, Sudáfrica, a principios de febrero y pronto comenzaron a tomar "baños en el mar" en Durban. Allí, fueron introducidos al surf en la playa de Muizenberg. Dos años después, escribiría sobre esta experiencia en su novela "El hombre del traje color castaño".
"Era demasiado temprano para ir a tomar el té. Me dirigí al pabellón de baños y, cuando me preguntaron si quería probar una de aquellas tablas, contesté: «Sí, gracias.» El flotar sobre estas tablas parece sencillísimo. Pero no lo es. No digo más. (...). Pero no estaba dispuesta a dejarme vencer. Y entonces, por pura casualidad, pude flotar un buen rato sin caerme. Llegué a la playa delirante de felicidad. Surfriding (cabalgar rompientes), como lo llaman, consiste en eso. O se están mascullando maldiciones, o te sientes encantada de haber nacido".
Agatha Christie y Archie continuaron su viaje promocional por Nueva Gales del Sur, Australia y Nueva Zelanda, antes de llegar a Honolulu el 5 de agosto de 1922. Tras desembarcar, fueron rápidamente a la playa de Waikiki y se hicieron con una tabla de surf. Su experiencia con el surf en Hawaii la conocemos gracias a "The Grand Tour", un libro publicado por la editorial Harper Collins, que recopila cartas originales, postales, recortes de periódicos y objetos coleccionados por Agatha en sus viajes, entre las que se encuentran varias cartas que cuentan sus experiencias como surfista en Hawaii.
“Nuestro viaje fue lento, con paradas en Fidji y otras islas del Pacífico antes de llegar a Hawaii. Honolulu nos pareció mucho más avanzado de lo que imaginábamos, con muchos hoteles, carreteras y automóviles. Llegamos al hotel pronto, por la mañana; fuimos a nuestro cuarto, e inmediatamente, vimos por la ventana a gente haciendo surf, corriendo hacia la playa, con sus tablas bajo el brazo y sumergiéndose en el mar. Sin embargo para nosotros aquél fue un mal día de surf, uno de esos días que sólo son aptos para los más expertos; nosotros que veníamos de hacer surf en Sudáfrica, y que pensábamos que el surf ya no tenía ningún misterio para nosotros. Allí en Honolulu era diferente. La tabla por ejemplo era un gran trozo de madera tan pesado que apenas lo podíamos levantar. Ya en el agua, nos tumbamos sobre la tabla y remamos con fuerza hasta los arrecifes, a una milla de distancia – al menos eso fue lo que me pareció. Una vez allí nos colocamos en posición, esperando la llegada de una de esas olas que se generan en alta mar y que se dirigen hacia la playa. Pero no es tan fácil como parece. Primero hay que elegir la ola apropiada, y después, y aún más importante, no escoger las olas malas, porque si eres cogido por una de ellas nos puede arrastrar hasta el fondo, en donde sólo Dios nos podrá ayudar a salir.
Yo no era una nadadora tan experimentada como Archie, por lo que tardé más que él en llegar a los arrecifes. Pronto perdí a Archie de vista, por lo que me imaginé que, como los demás, había cogido una ola y se había dirigido hacia la playa. Así que me apoyé sobre mi tabla y esperé a que viniese una ola. Y de pronto vino. Entonces ocurrió algo no previsto. En un abrir y cerrar de ojos yo y mi tabla nos separamos lo que me parecieron varias millas la una de la otra. Primero llegó la ola, después me vi arrastrada violentamente hacia el fondo del mar, sacudiéndome mucho. Cuando salí a la superficie, casi sin respiración y tras haber tragado un montón de agua salada, vi mi tabla flotando a media milla de mí en dirección a la playa. Nadé con fuerza hacia ella. Un joven norteamericano me la recuperó a la vez que me saludó con las siguientes palabras: “Escuche hermana, si yo fuese usted, hoy no haría surf. Está arriesgando demasiado. Coja la tabla y nade directamente hacia la playa”. Inmediatamente seguí su consejo.
Diez días más tarde conseguía ponerme por primera vez de pie. ¡¡¡Qué sensación de triunfo total el día que pude mantener el equilibrio y avancé hasta la playa de pie sobre mi tabla!!! No existe nada igual a correr sobre el agua a una velocidad que nos parece de muchos kilómetros por hora. Se trata de uno de los placeres físicos más completos e intensos que jamás haya experimentado”.
Agatha y Archie estuvieron en Honolulu desde agosto hasta octubre de 1922. No se sabe si durante los dos meses que estuvieron en las Islas continuaron surfeando. Tampoco si lo siguieron haciendo a su regreso al Reino Unido.
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